El desencanto del ideal: El diablo en México (1858) de Juan Díaz Covarrubias | Comentario literario
de Juan Díaz Covarrubias.
Debo admitir que esta obra es la primera que conscientemente leo del periodo del romanticismo. Intente realizar un ejercicio algo autoritario y poco académico, pero a través de la novela realice una definición informal de este movimiento cultural en reacción al positivismo. ¿Qué es el romanticismo? Claramente es ese desborde de emoción constante de cada pequeño detalle: si es la belleza de la dama, es la más bella de todo el mundo; si es su mirada, es indescriptible. Las hipérboles están al orden del día y todo esto se mantiene coherente a través de la idealización constante del objeto (estoy totalmente consciente de lo que significa usar este término) amoroso al extremo¹. En su raíz se encuentra la convicción de que el mundo y la casualidad responde a los intereses humanos, a sus concepciones y a sus deseos. En conclusión, es el antropocentrismo llevado a las últimas consecuencias².
Por este motivo, como lectores posmodernos que comúnmente (aunque realmente no del todo) se desplaza al ser humano como centro, nos resulta sumamente desconcertante este despliegue de absoluta exageración discursiva y emotiva. A pesar de esto, reconozco el valor compositivo que es lograr construir a través de la lengua una parafernalia suficientemente sofisticada para que el lector se compadezca por estos sentimientos que siempre rebasan una propuesta incumplible, algo que solamente puede ser obra del diablo. Aprovechando la referencia y volviendo al asunto que nos compete, es importante mencionar el primer elemento que considero sumamente interesante en la postrema obra de Covarrubias y es su carácter transgresor del ideal romanticista depositado paradójicamente al final de la novela: “realmente es absurdo pensar en la muerte si no se puede alcanzar el amor aspirado”. Covarrubias a través del desencanto nos muestra el desgarramiento del idealismo para revelar el pragmatismo como moneda de cambio en los acontecimientos de la realidad. Es importante señalar aquí el pesaje que considero el punto de quiebre dentro de la obra, ya que el texto cuestiona los acontecimientos posteriores del dolor que parece insuperable, la amada seguirá durmiendo tranquila, mientras el despechado muere de pesar. Dentro de lo áspero y frío del desenlace se encierra un mensaje melancólico y un grito de reproche. Considero que es un paso adelante al idealismo absurdo que puede caer el romanticismo y una propuesta de un desborde sentimental a través de la realidad.
Como consecuencia de lo expuesto es importante que me centre en la composición de la obra que logra toda esta construcción de sentido, lo puedo resumir en los siguientes puntos: la novela, enmarcada en su periodo histórico, recurre comúnmente a dirigirse directamente al lector para construir una participación en que su subjetividad forme parte de la construcción ficcional³. Independientemente de que todos los textos ficcionales recurran a eso, la obra es consciente de que debe mencionar lo anterior para acatar directamente en la emocionalidad de cada lector. Es destacable mencionar que la obra siempre apela a representar la propia emocionalidad del autor más allá de los sucesos ficcionales⁴ intentando una aparente clase de segregación para que se diferencien ambas posturas: autor y ficción. El contenido metatextual donde el autor introduce un fragmento de su diario donde se lamenta por un amor con poca esperanza de concretarse es el punto donde claramente se separan ambas posturas. Debo admitir que los sucesos ficcionales son semejantes a la emocionalidad del autor, pero con ninguna aparente intención de ser reflejo de esta. Es importante aclarar que existe una clase de juego compositivo donde el texto intenta desviar la atención de lo que realmente es importante dentro lo que se intenta comunicar: por momentos los sentimientos del autor son guía de los acontecimientos ficcionales o la ficción rompe con lo propuesto por el autor. Aquí destaca que El diablo en México no se preocupa por el desarrollo de los acontecimientos de la trama, prefiere exponer los sucesos finales para extraer de estos las bases ideológicas que intenta afirmar: el desencanto del ideal.
Todo esto se enmarca en un recurso constante en la obra y es la figura del “Diablo” como intercesora de los acontecimientos. Claramente su aparente función como mediador de los acontecimientos es un recurso que indetermina el papel que posee en la trama, ya que nunca se nos aclara si es a través de un personaje (Enrique) o una metáfora respecto al carácter sobrenatural del amor por el cual es mencionado esta deidad.
Dejando por ahora de lado algunos puntos que resultan interesantes y medulares para la obra⁵, tengo que afirmar que propone una nueva postura estética respecto al romanticismo. Volviendo a la informalidad, obtuve una experiencia estética satisfactoria donde me dejé llevar por la pluma de Covarrubias y compartí el dolor de no poder concretar un proyecto amoroso. Es satisfactorio leer a un narrador sumamente amable que se preocupa por el bienestar del lector y procura que la lectura sea lo más placentero posible, a pesar de un final amargo y duro.
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