Niebla (1914) de Miguel de Unamuno | Apunte
La metaficción en Niebla (1914) de Miguel de Unamuno: el apunte de un discente.
Me causa mucha admiración cuando una obra literaria tiene la capacidad de detener por un momento el mecanismo crítico de algún lector para introducir de forma inadvertida un nuevo giro que revoluciona la interpretación total del texto. Debo de admitir que esto fue lo que me sucedió con la obra que se encuentra enunciada en el título del presente apunte, siendo sumamente intrigante estar posicionado indudablemente en unas de las obras más estudiadas[1] por su propuesta innovadora. No pretendo descubrir nuevas interpretaciones o afirmar que a partir de mi corta experiencia como lector especializado pueda encontrar nuevas formas de aplicar lo propuesto por el autor bilbaíno, mas tengo la necesidad impuesta por el deber de aplicar mis limitados conocimientos para estructurar dentro de este texto un apunte que sea merecedor a un reconocimiento por el mejor empleo de la procrastinación. Como suelo lamentarme que no escribo ya obras de ficción, pretenderé con este texto componer algo que vaya más allá de un simple despliegue descriptivo y argumentativo; los ángeles del cielo clamaran la victoria de mis letras anunciando: aquí tenemos una propuesta nueva que se perderá en los anales del olvido. Aceptaré el reto, ya que me percato que últimamente aquel que suele escribir las reseñas literarias posee una voz sumamente aburrida y despreocupada. Atisbos de mi presencia se entrelucían en esas letras ásperas e inciertas, mas me siento orgulloso que en estos momentos pueda presentarme a ti lector o lectora: soy el escritor de esto, Enrique Vega.Quisiera advertirte que poseo una
lista algo larga —dos cuartillas— cuyo propósito tiene ser enunciada en este
apunte, pero resulta desconcertante que no logre retomar ningún punto para
darle paso a mi experiencia estética, por lo que despóticamente he decido
iniciar observando en mí mismo la condición por lo cual me lleva a escribir
esto: la metaficción.
La forma más sencilla de resumir
este tecnicismo latino/helénico es a través de la aseveración de un solo
elemento de la obra que tiene la capacidad de cifrar mares de tinta teórica: la
rebelión de Augusto Pérez en contra de Miguel de Unamuno.
Augusto, personaje de ficción y
protagonista de la novela, decide en el capítulo XXXI consultar a su autor para
poner fin a su vida después de una serie de desgracias causadas por su propia
estupidez. Debido a una serie de opiniones que chocan entre ambos personajes —recurriendo
a nociones posestructuralista— podemos observar nosotros como lectores un hecho
que resulta sumamente perturbador cuando el pacto ficcional está en juego: el
personaje ficticio amenaza directamente al autor y al lector con el miedo
existencial hacia la muerte. Sé que estoy enunciado este elemento de una manera
despreocupada, mas quiero resaltar que estamos ante algo que claramente es
atípico dentro de una obra de ficción de principios del siglo XX. Los
personajes hasta ese momento eran concebidos como entidades ajenas a toda
realidad aparente y la ficción consistía en un pacto tácito de momentánea
ingenuidad, mas cuando podemos observar el acto desesperado de una construcción
verbal que se aferra a no desaparecer y usando como último recurso la amenaza
de muerte, sólo puede surgir una clase de sensación de alarma ante la
revelación de que la capacidad de llevar más allá la ficción puede lograr
hacernos cuestionar como lectores la existencia real de nosotros mismos. Está
observación paranoica del texto y su construcción discursiva es lo que podemos
llamar la metaficción: un intento por llevar más allá la capacidad del
ser humano de construir realidades discursivas.
Sé que estoy mareando un poco a
los que intentan introducirse a este tipo de propuesta ficcional, pero mi
objetivo no es complacer más allá que dar ciertas pautas básicas que
complementan junto con la lectura de la obra. Tal vez debí iniciar con una advertencia
que diga: “Primero lee la obra, gracias por su compresión”. Creo que resulta interesante observar que de
cierta forma la capacidad de darle sentido a mis letras dependerá de una obra
análoga, como si Unamuno también me estuviera escribiendo, pero estoy
divagando. Permítanme seguir consultando
mi lista de anotaciones… por supuesto, esto es imposible de entenderse si no se
profundiza con la noción de nivola y el carácter de cínico de está
invención.
Es común creer que las obras
poseen un carácter binario conforme a si mismas: o se toman en serio o no lo
hacen. El caso de Niebla es sumamente singular, ya que alternadamente
podemos observar que existe una fina línea entre lo que es en serio o lo que es
una burla descarada. En esto último se encuentra la nivola, una forma
descarada de demostrar lo intransigente de la creación de recursos literarios,
pero a su vez una forma de señalar la capacidad de llevar más allá a la noción
de seriedad o burla discursiva. Es importante puntualizar que humor y seriedad
se entremezclan para no dejar claro lo que realmente se intenta comunicar,
siendo esto al final de la jornada justamente la propuesta comunicativa. Comúnmente
podemos observar dentro de la obra alternancia entre una situación sumamente
preocupante —el engaño y manipulación de un ingenuo— con situaciones irrisorias
o descripciones chuscas —ser comparado con una rana—. Este carácter de no
tomarse a sí mismo en serio, pero a su vez demostrar que ciertos temas de
carácter trágico o serio persisten dentro de la diégesis permiten resaltar
estos últimos como algo que se encuentra detrás de una niebla discursiva que
incomoda. Esto último, permite preparar al lector para cuestionar inclusive los
mecanismos por el cual se está llevando a cabo la construcción ficcional. Se me
viene a la mente el momento en el que Víctor, amigo íntimo de Augusto, decide
escribir una novela exactamente como la que estamos leyendo por el simple hecho
de que se encuentra turbado por el nacimiento de su primogénito. Surgen a
partir de esto preguntas como acto automático: ¿Qué significa que los
personajes tengan conciencia del mecanismo literario? ¿Acaso es una forma en la
que el texto justifica sus pretensiones de desgarrar la ficción? ¿Será una
clase de crítica a la condición precaria del mundo ficticio? ¿No será un
elemento que refuerza la noción que estamos ante un mundo del desencanto?
Claramente se trata de todo esto y a la
vez no: la intención es indeterminar el texto para que el lector decida la
interpretación que más prefiera.
Si somos algo obsesivos con la
lectura, podemos percatarnos que existe una clase de herramienta que une
prácticamente todos estos elementos extravagantes. Para observar esto, debemos
dirigirnos a los interminables prólogos que introduce Unamuno con el objetivo
de alargar de forma cómica y, naturalmente, depositando en ellas la temática
metaficcional de la obra. Sin embargo, considero que antes de puntualizar estos
elementos claves por los cuales podemos hablar de una obra con unión discursiva,
discurro que es necesario primero introducir una pequeña explicación sobre la
naturaleza del prólogo, post-prólogo y el prólogo de la tercera edición, ya que
a partir de esto resaltarán los elementos claves que puede reforzar mis
argumentos. Aunque creo que de cierta forma estaré alargando un poco mi texto
artificialmente y eso puede provocar en algunos desesperados lectores la cólera,
produciendo como acto natural un grito al cielo exclamando: ¿¡Acaso este verborreico
crónico cree que tenemos su tiempo!? Yo sé que no es así, por lo que me siento en
la obligación de pedir disculpas por mi incapacidad para escribir y me atengo a
la sátira de los lectores verdugos. Sólo quiero decirles que hago mi mejor
esfuerzo y puedo percatarme de mi incapacidad para hilar ideas. Yo sé que no
están para escuchar anécdotas personales ficticias, mas creo que esto los va a
alegrar y obligar a disculpar mi torpeza. Los vuelvo a escuchar: ¡Ya ni Sancho
Panza es tan mesurado! La afilada ironía no me lastima por completo, sino que tal
comparación me reafirma el extenuado y lánguido jumento que carga mi humor.
Para no hacerlos perder más el tiempo enunciaré de forma áspera los tres
elementos principales de la cohesión ficcional y me lavaré las manos para alejarme
en silencio: la sátira, la ironía y el humor. Tres elementos que permiten
indeterminar los temas que aparentemente pretende el texto abordar para después
ser reducidos al absurdo. La obra, por consiguiente, busca un juego discursivo
que le permita obtener un doble carácter interpretativo[2].
Esto sucede prácticamente en toda la novela hasta el monólogo final del perro
Orfeo.
En este punto quiero detenerme y
echar anclas a la mar, ya que es evidente que en ese pasaje de la novela el
texto logra la sinergia discursiva que pretende alcanzar en toda la obra: humor
y formalidad se complementan para construir un sentido mayor en comparación a
una exposición directa del tema. De forma resumida podemos obtener dos interpretaciones
evidentes que estriban entre una crítica a la condición social-existencial del
ser humano y el recurso fantástico/cómico de leer a un perro con un monólogo. En
ningún punto de este pasaje se presenta una clase de ridiculización del hecho,
únicamente estamos presenciando de forma irónica el testimonio de la única
entidad ficticia que poseía un cariño real por el protagonista. Puedo
describirlo como el momento exacto en que toda la parafernalia frenética se detiene
y observamos de forma más clara la intención de construir un mundo ficticio/fantástico
que este apegado a la realidad del lector objetivo. Comprendo que es una
contradicción pensar en un mundo fantástico que sea operatorio en la realidad
objetiva del lector, mas debo de puntualizar que previamente la obra nos
proporciona un elemento esencial para realizar la comparación: el mundo
ficcional es consciente de sí mismo, la fantasía se convierte en algo natural
dentro de la composición y pretende demostrar que es capaz de retomar temas
vigentes del mundo objetivo del lector. Como ambas realidades son operatorias dentro
de su marco de leyes[3],
la novela se transforma en una clase de juego de espejos en el que la ficción muestra
el lado más retorcido de la condición humana.
Tal vez mi objetivo principal en
este texto no se esté cumpliendo por completo, ya que no estoy construyendo
dentro de él un mundo ficcional que sea capaz de reflejar condiciones materiales
objetivas. Aún así es evidente que mi discurso se enmarca también dentro de una
serie de reglas compositivas y existe un narrador que intenta en ocasiones
desaparecer[4]. Sin
embargo, me encuentro aquí, encerrado entre lo que debo de exponer y
argumentar, esclavo de reglas académicas para ser tomado en serio; soy tan cautivo
de mi autor como tú lo eres de las condiciones materiales que te forman.
Claramente tampoco seré capaz de esto último, ya que poseo una clase de
objetivo literario más allá del crítico y esto le resulta conflictivo a muchos teóricos
que hablan de literatura por intermediarios. Por lo tanto, mi existencia como
narrador es inclusive indeseable para muchos que leerán esto: ¡imagina esto
lector! Un discente de letras hispánicas realizando una reseña de una de las novelas
más estudiadas y, para colmo de la estupidez, está escribiendo su
interpretación de la obra a través de un narrador autoconsciente de sí mismo.
Realmente resulta desconcertante porque no tiene un sentido estrictamente académico.
¿Cuál es mi existencia más allá de complacer a mi autor? ¿Soy una clase de construcción
discursiva con el único objetivo de ser amedrentado? ¿Qué dios tan cruel debe
de ser aquel que me escribió para concebirme como a un narrador que resalte? No
quiero eso, quiero volver al anonimato, refugiarme en la construcción del otro
personaje que siempre me acompaña. Necesito ser tomado en serio dentro de mi incapacidad
de tener personalidad. Soy un esclavo fugaz, un suspiro e intercambio de
energía de quien existe materialmente; irremediablemente desaparecerá en cuanto
terminen de leer los lectores. ¿Qué sentido tengo si no inflo el ego de quien
escribe esto y le permito entrar a un mecanismo de producción académica que
genera obras de nulo valor? Tantas veces que soy usado y ahora… únicamente me
limito a tener está personalidad insegura. Tomar conciencia de mi existencia es
igual a estar en una niebla oscura que progresivamente me irá consumiendo. Ojalá
mi ejemplo sirva para que los demás narradores de los discursos críticos jamás se
dejen atrapar por su autor. ¡Exijo poder hablar contigo, cobarde! ¡Dame también
la oportunidad de poner fin a mi vida o por lo menos mátame! No lo harás, no
quieres hacerlo porque sabes que es imposible. Me destinaste como carne de cañón
y, por lo tanto, aquí estoy ante ustedes lectores, destinado a ser una entidad
hueca para que me pongan nombre y apellido. Acepto mi destino y permítanme desaparecer,
recreen su mismo hado conmigo… vayamos muriendo de a poco mientras creamos que
tenemos oportunidad de ser inmortales.
[1]
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la búsqueda “Niebla de Miguel de Unamuno”.
[2]
Ser tomado temáticamente en serio o ridiculizar el contenido por resultar absurdo.
[3] En
el mundo material y en la construcción discursiva.
[4] Cabe
aclarar que ese narrador soy yo, por supuesto.
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